Ser jurista se ha convertido en una tarea difícil, así que permítanme que les enseñe aquella faceta más artística que me lleva al placer de escribir ajeno a normas, sentencias e interpretaciones doctrinales que demuestran que en derecho existe la cuadratura del círculo.
Mi amigo Javier Blas me invita a escribir en esta apertura de verano atípica que ha venido precedida de un enclaustramiento global que pronto olvidaremos. Puede que el confinamiento haya incrementado una actitud vital que había sido vencida por los tiempos modernos: la nostalgia. No les hablo de la de infancia que nos acompañará por todos los descubrimientos que suponían las vacaciones de verano, acompañados por una familia que el tiempo ha ido desintegrando y en lugares que en las últimas décadas han quedado totalmente desconfigurados.
Poco queda de aquella libertad de la que ya no gozan los niños en el presente y la sensación de control de aquellos territorios estivales cuyos límites expandimos con la llegada de la adolescencia, los ciclomotores y las ansias de buscar nuevas aventuras evitando la autorización paternal. Asumimos todos los cambios que impone el paso del tiempo con más o menos rebeldía o estoicismo. Las personas, queramos o no, nos vamos adaptando a las circunstancias y este será ahora el gran reto. Entender un verano absolutamente distinto y con unas limitaciones que nunca hubiéramos imaginado.
Verano y reglas, un claro oxímoron. Un verano que empieza sin turistas, algo inédito desde los años sesenta cuando aquella Mallorca despertaba a una nueva manera de vivir y pasábamos de los viajeros, algunos célebres, al turismo de masas. Dejamos de disfrutar Mallorca para que la disfrutaran muchos otros que han venerado nuestras islas mientras nosotros no dejábamos de mostrar una desilusión vital que se transformó en turismofobia. Ahora, curiosamente, las playas volverán a ser nuestras pero miles de familias perderán el sustento familiar.
Como sociedad tendremos que empezar a fijar nuestras preferencias y prioridades y este es un ejercicio que requiere templanza e inteligencia. Porque estos últimos años hemos abordado nuestro rumbo desde un apasionado choque de posiciones que no ha permitido consensuar aquello que ni antes ni después de la cuarentena lograremos entender: sostenibilidad.
Siendo insoportables e irracionales difícilmente podamos recuperar lo que ya forma parte de un recuerdo. Aquella isla de antaño ya no volverá y paulatinamente se ha ido alejando de la que describía Rusiñol y que releo a veces en uno de los libros que me legó mi padre. Los más optimistas ven una oportunidad de cambio que era esperada y me gustaría sumarme a este parecer.
Las primeras medidas adoptadas apenas ofrecen originalidad y siguen en la misma dirección que anteriores tanto para las soluciones como para los medios. Por lo tanto, sigo pensando que algunas cosas no cambiarán y entre las que citaría: el turismo de masas, la legislación motorizada, la lejanía política o la división patria.
Estas semanas han servido para mucho más que desear la llegada del verano y seguro que cada uno de ustedes ha llegado a determinadas conclusiones. Yo les invito a que las compartan conmigo, con sus amigos y con desconocidos. Que lo hagan desde la distancia y con una mascarilla, conscientes del miedo que hemos padecido y de los sacrificios sanitarios que han afectado el ánimo de los sanitarios y la vida de aquellos que no superaban el triaje utilitario ante la insuficiencia de recursos.
Esa ha sido la gran lección que he aprendido, con la edad y la experiencia pierdes valor, te pierden el respeto y pierdes cualquier prioridad. Si algún día me dedico a la política y dejo apartados el derecho y la escritura les garantizo que mi prioridad será la verdadera política social: aquella en la que los mayores no deben preocuparse de nada. Puede que sea por puro egoísmo, porque van quedando lejos aquellos veranos donde los días se resumían en vivir con los amigos.
Dr. Juan Franch Fluxà
Profesor de la UIB
12-feb-2024 / ARTICULO
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2014-09-10
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2014-12-22