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Separar la emergencia de la contingencia

Compartimos en nuestra página web este artículo del director Técnico de la Fundación Impulsa, Antoni Riera, que ha publicado Diario de Mallorca. 

 

El impacto económico de la pandemia tiene características claras de un shock de oferta.

La pandemia generada por el nuevo coronavirus está planteando un desafío de naturaleza e intensidad extremadamente excepcional no solo sobre el sistema sanitario –que debe ser la prioridad absoluta– sino también sobre el sistema económico y social.

El impacto económico de esta pandemia tiene, en esta primera vuelta, características claras de un shock de oferta (es decir, un problema con la producción), dada la afectación de las cadenas de producción ya sea por restricciones de actividad, falta de suministro o mano de obra. En una segunda vuelta, puede derivar en shock de demanda (es decir, un problema con el gasto), según cual sea el grado de afectación final de las rentas del trabajo y del capital. Y, en una tercera vuelta, en la medida que resulte afectada la solvencia de empresas y familias, puede traducirse en shock financiero.

Ante este guion, y situados todavía hoy en la primera vuelta, la reducción de la actividad impuesta sobre la mayoría de sectores económicos, al objeto de evitar el contagio entre la población, ha venido acompañada de medidas de emergencia económica orientadas a minimizar el impacto del shock de oferta sobre empresas y familias, garantizando los ingresos de los trabajadores y la solvencia de las empresas. Entre estas medidas se citan la flexibilización temporal de la regulación laboral, el aplazamiento de cuotas de la Seguridad Social, la habilitación de líneas de crédito en condiciones especiales...

Este cometido se está solapando, paralelamente, con la formulación de planes de contingencia esenciales para guiar la actuación de los actores, públicos y privados, una vez que la pandemia esté controlada. Se aspira con ello evitar o minimizar las consecuencias de una segunda y tercera vuelta y, recobrar, así, tan pronto como sea posible, el nivel de actividad, ocupación y renta.

Mantener abierto este doble hilo en la toma de decisiones, el de la emergencia y el de la contingencia, forma parte, hoy, de la mejor estrategia para ganar la partida al COVID-19. Sin embargo, ambas estrategias requieren de un abordaje diferenciado y lo más ajustado posible a cada fase o tipo de shock. De este modo, al igual que es de esperar que, en estos momentos de restricción generalizada de la actividad, la articulación de medidas de estímulo tenga un bajo impacto, responder al cese temporal con contundentes medidas de ajuste que extiendan sus efectos más allá de la emergencia no es nada recomendable. Y es que, en las actuales circunstancias, tomar decisiones a destiempo o desmesuradas puede acabar complicando en demasía el escenario en el que empresas, administraciones y familias tendrán que retomar, esperamos más pronto que tarde, sus decisiones de consumo e inversión.

Hoy jugamos, pues, contra nuestras propias decisiones. Y diría, más. Nuestro juego tiene mucho que ver con una compleja partida de ajedrez en la que el último movimiento, el ansiado jaque mate, no es lo más importante, pues su ejecución depende, en el fondo, de encadenar acertadamente una secuencia de movimientos. Y es que, a partir de ahora, cada decisión, cada movimiento es susceptible de alterar el tablero y derivar en efectos indeseados, salvo que se logre anticipar el movimiento posterior.

Esta forma de proceder reviste, en el caso de Balears, una relevancia todavía más especial, pues no se puede obviar, por un lado, que los recursos disponibles en el sistema son escasos y, por otro, que a nivel agregado perviven todavía unos muy elevados niveles de endeudamiento a pesar de los esfuerzos de reequilibrio de balances –en lo privado– y de consolidación fiscal –en lo público– realizados los últimos años. Asumir esta doble limitación obliga a aceptar que la asignación de los recursos disponibles –propios y prestados– tanto al establecimiento de medidas de emergencia como a la formulación de planes de contingencia, admite muy pocas desviaciones. Y se convierte, por tanto, en el verdadero quid de la cuestión que tenemos planteada: salir cuanto antes de esta situación.

Y es que a pesar de los esfuerzos de gobiernos y bancos centrales de apoyar a todas las regiones, inyectando dinero al sistema y comprando deuda pública y privada, la salida de esta situación no será tan equitativa. No todas las regiones están en la misma posición para responder a la crisis, ni todas afrontan los mismos desafíos.

Me atrevo a decir, por una vez, y sin que sirva de precedente, que, en estas circunstancias, lo qué hacemos, cómo lo hacemos y cuándo lo hacemos es más relevante que cómo lo aprovechamos. La excepcionalidad que vivimos tiene que conseguir movilizar la valentía y el empeño, individual y colectivo, y oponerlos a la desconfianza y la incertidumbre que emanan de una situación que para muchos es una oportunidad para romper la inercia, priorizar y reasignar eficazmente. Tan solo de este modo podremos enfrentarnos a nosotros mismos y salir reforzados de la crisis del coronavirus

 

Antoni Riera Font

 

Enlace de la noticia aquí

 

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